Por Manuel Espino
 
Los pocos militantes que aún conserva Acción Nacional han recibido uno más de muchos golpes de parte de Felipe Calderón, quien ahora amaga con abandonar ese desvencijado partido y fundar uno nuevo.
Esta contundente amenaza tiene los agravantes de haber sido lanzada desde una de las tribunas globales más importantes, el Foro Económico Mundial de Davos, y de provenir de un ex presidente de dicho partido, quien presumiera de tener “sangre azul” y de ser un genuino panista nacido y criado en una familia de alcurnia política.
Ahora vemos para qué han servido tan cacareados blasones, qué tan feble lealtad siente Calderón hacia el partido que alguna vez afirmó defender de los panistas falsos y advenedizos, que solo se le acercaban para acceder a un cargo público.
No es casualidad que justo ahora que el PAN no es una opción para que los suyos mantengan prebendas y privilegios, es que Calderón critica acremente esta institución afirmando que ante su descomposición “habrá que pensar seriamente en crear otra opción política, así sea que tome una o dos décadas para que fructifique”.
Claro está que los profundos y vastos problemas que señala el vapuleado ex presidente no son nuevos. La corrupción, las prácticas antidemocráticas en la vida interna, el divorcio de la sociedad, ya estaban allí cuando su grupo prevalecía; solo que en su momento no señaló tales taras porque entonces el partido sí le era útil, sí lo podía usar para alcanzar sus fines sin detenerse a pensar en los medios.
Pero ahora que el calderonismo es un grupo políticamente deleznable (al grado que la propia esposa de Calderón, Margarita Zavala, fracasó en su intento de ser diputada federal) es que le surgen a FCH estos ánimos críticos y este aire de juez, así como una severa amnesia política que le hace olvidar que justo lo que hoy señala al PAN es aquello en lo que su voracidad de poder lo convirtió.