Por Manuel Espino

Pocas veces las estadísticas tienen un impacto que trasciende lo político y económico para instalarse en lo humano, así como lo hemos padecido estos días con la presentación de datos sobre el aumento de la pobreza del Consejo Nacional de Evaluación de la política de Desarrollo Social (CONEVAL) y el Colegio de México (COLMEX).

La información carece de paliativos. 93.5 millones de mexicanos viven en situación de pobreza. Estamos hablando de 78% de la población, el porcentaje más alto desde 1998, cuando alcanzó la cota de 80.7%. Además, la clase media se redujo  en 1.36 de 2012 a 2014. Únicamente 6.78 % de los habitantes son clasemedieros. En 2012 eran 8.14%. Asimismo, la pobreza extrema se incrementó en 2.43% en este mismo periodo para llegar al 56.48%. Uno de cada dos personas no tiene recursos suficientes para comprar la canasta alimentaria.

Aunque estos son datos del Colegio de México, por donde se le vea una de las instituciones académicas más prestigiadas de la América Latina, la información oficial tampoco es alentadora.

Según el CONEVAL, de 2012 a  2014 la población en pobreza creció en dos millones de personas; estaba en 53.3 (45.5%) y ahora está en 55.3 millones (46.2%). Contrastando con el COLMEX, según esta medición la pobreza extrema se redujo de 11.5 (9.8%) a 11.4 millones de personas (9.5%). Para esta institución hay un 20.5% de personas que no viven en pobreza. Se coincide en que uno de cada dos mexicanos no tiene recursos para comprar la canasta alimentaria.

Más que polemizar y cuestionar las cifras, pues se trata de dos instituciones sumamente respetables, lo vital de esta información es sacudir las consciencias de todos los gobernantes y de la así llamada clase política para reorientar las estrategias de los tres niveles de gobierno y de los tres Poderes de la Unión. No se trata de un fallo de tal o cual gobierno, sino del Estado en su totalidad, que solo será resuelto cuando lo ataque igualmente el Estado en su totalidad.

La pobreza asoma su dolor en los miles de emigrantes que se encuentran lejos de su patria y de su hogar contra su voluntad. Se refleja en los desocupados que angustiados buscan una oportunidad de trabajo que les permita al menos la supervivencia, en las personas que por enfermedad o senectud beben el cáliz amargo de la soledad y el abandono.

Se manifiesta en las madres e hijos que lloran a sus maridos y padres secuestrados o desaparecidos, en quienes luchan por salir de las garras de las drogas, de la violencia, de las organizaciones delictivas.

Por todo ello, a los buitres de la política habrá que ahuyentarlos pidiéndoles propuestas y trabajo transparente, pues estamos ante una emergencia nacional en la que las ambiciones partidistas son un lastre. Y quien politice las cifras de pobreza es parte del problema y no de la solución.

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