Por: Hugo Rangel Vargas

Aquella escaramuza de noviembre del año pasado protagonizada por Carlos Navarrete Ruiz y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, parece haber concluido con la razón a favor de este último después de la salida del primero de la dirigencia nacional del sol azteca aprobada por el Consejo Nacional de dicho partido apenas este fin de semana que concluyó.

Lo que pudo haber sido una salida con cierto decoro y una muestra de apertura de parte de Navarrete Ruiz previo a la elección federal del 2015, terminó siendo una puerta de escape a la mayor crisis que ha sufrido el PRD desde su fundación.

Y es que los resultados electorales dan cuenta de un partido que perdió buena parte de sus espacios de representación y que, pese a seguir siendo la mayor fuerza política de izquierda, ha venido retrocediendo al punto tal que tendrá en la próxima legislatura la menor bancada de su historia en la cámara baja.

Los planteamientos de Cárdenas en la carta del 17 de noviembre de 2014 eran claros: se había agudizado la crisis del PRD después de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, la adopción de prácticas clientelares colocaban a dicho partido en una situación de postración y agotamiento; el partido pues, desde su punto de vista, “se había ido diluyendo como institución y como opción política frente a la ciudadanía y la opinión pública”.

La alternativa frente a este trance, según Cárdenas, también era evidente: la salida de Carlos Navarrete de la dirigencia nacional era necesaria a efecto de que se abriera paso a una reforma profunda al PRD que cancelara el mecanismo de “corrientes y pesos relativos” en la toma de decisiones y poder así “enfrentar en mejores condiciones las coyunturas políticas inmediatas”.
Las demandas de Cárdenas fueron atendidas en un desabrido encuentro público entre él y el líder nacional del PRD el 25 de noviembre de ese mismo 2014. Después de ello, la renuncia del fundador de este partido no se hizo esperar y los resultados que entrelineas predecían las consignas de Cárdenas Solórzano sucedieron para el sol azteca unos meses después.

Con el reconocimiento implícito de la situación de crisis y de buena parte de los factores que la originaron, mismos que habían sido planteados por Cárdenas Solórzano unos meses atrás; Carlos Navarrete terminó dejando la dirección nacional de dicho partido, sólo que ahora con el agravante del desastre electoral que ocurrió en junio pasado y que ha puesto en vilo las posibilidades futuras del PRD en el escenario nacional.

La catarsis no sólo cobró como víctima la cabeza del dirigente que duró menos de un año en el cargo; también puso fin a la actitud de desdén de Nueva Izquierda (grupo al que pertenece Navarrete Ruiz) frente a la pulverización de las fuerzas progresistas que se aceleró desde la llegada de dicho agrupamiento a la dirigencia nacional del sol azteca.

Derivado de esto último surgió el nombramiento, por parte del Consejo Nacional perredista, de una comisión de diálogo con otras fuerzas progresistas, misma que ha sido entendida en la opinión pública como una delegación de interlocución con Cuauhtémoc Cárdenas y con Andrés Manuel López Obrador. Valga decir que en esta comisión no figura ninguno de los líderes importantes del grupo que ha mantenido la dirección nacional perredista en los últimos años.

La obcecación, pecado capital del ser humano que se dedica a los asuntos públicos, le ha cobrado una factura importante a Carlos Navarrete. Este yerro también es cometido por el otro interlocutor natural dentro de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, quien mantiene una postura intransigente frente a la posibilidad de diálogo con el PRD. Por lo pronto, en esa encrucijada para la izquierda, una figura ha ganado una nueva batalla en el terreno de la razón histórica: Cuauhtémoc Cárdenas; a quien el partido que fundó vuelve a verle a los ojos.

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